Corto Maltés resucita en Pino Montano

Sebastián de la Obra y Francisco Linares Micó, un bibliófilo y un gestor cultural, invocan el fabuloso personaje de Hugo Pratt en una inesperada sesión de Casa de Sefarad

Corto Maltés nació en La Valeta, capital de Malta, una pequeña isla del Mediterráneo central situada al norte de Libia. Hijo de un marinero británico y una gitana sevillana, transcurrió su infancia en Córdoba, perdido entre los callejones blanquísimos de la Judería, donde aprendió las primeras nociones de la Cábala y el Talmud de la mano del viejo rabino Ezra Toledano. Su excitante biografía de capitán aventurero arranca con una enigmática anécdota a las puertas de la Mezquita de Córdoba. Una gitana se acerca al joven marinero para venderle una ramita de romero, que quita lo malo y trae lo bueno. Es en ese instante cuando la mujer toma su mano para leerle el futuro. Pero, para su sorpresa, no puede. “No tienes línea de la vida”, le confiesa la gitana paralizada por el asombro. Y, en ese momento, Corto Maltés saca su navaja y dibuja con un trazo del afilado metal su propia línea del destino.

A muy pocas manzanas de aquel hecho mítico, dos de los mayores admiradores de Corto Maltés se reunieron el pasado jueves para recordar su figura en el bello patio de la Casa de Sefarad. Hay quien dice que fue aquí donde se crió este fascinante personaje del cómic contemporáneo. Pero ese dato no está suficientemente contrastado. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que Corto Maltés nació en La Valeta, y, sobre todo, en la cabeza del genial dibujante italiano Hugo Pratt, quien concibió su exótica infancia en Córdoba cuando aún no había puesto un pie todavía en la legendaria capital de Sefarad. Lo haría mucho después, a finales de los ochenta. Pero eso es harina de otro costal.

Patio de la Casa Sefarad. Sebastián de la Obra, a la izquerda y Paco Linares, a la derecha

Patio de la Casa Sefarad. Sebastián de la Obra, a la izquerda y Paco Linares, a la derecha

Sebastián de la Obra y Francisco Linares Micó son dos enamorados de Hugo Pratt y de su álter ego Corto Maltés. El primero es fundador de la Casa de Sefarad y bibliófilo empedernido. El segundo es gestor cultural y representante en España de la sociedad que administra los derechos de autor de Hugo Pratt. La suya fue una amistad producto de un encuentro intrigante, como todo lo que rodea la biografía trotamundos de Corto Maltés. Un día uno de los colaboradores de Sebastián de la Obra subió a la biblioteca de Casa de Sefarad para avisarlo. Acababa de llegar un señor de Alicante que aseguraba ser el representante de la familia de Hugo Pratt en España.

A Sebastián de la Obra se le erizó la piel. Tres años antes había organizado allí mismo un homenaje a Corto Maltés con un grupo de dibujantes. “Ya vienen a pedirme royaltíes por el copiright”, pensó espantado. “Que suba”, le dijo a su colaborador. Y Paco Linares Micó ascendió los dos tramos de escalera hasta plantarse en la puerta de la biblioteca. “Si viene a ponerme una denuncia, mal asunto”, le espetó el alma de la Casa de Sefarad claramente a la defensiva. “No. Nada de eso. Todo lo contrario”, se apresuró a aclarar el gestor cultural alicantino.

Las buenas historias casi siempre empiezan a partir de una chispa desconcertante. La de Paco Linares Micó y Sebastián de la Obra es una excelente historia. La de dos personas que aman los libros, adoran los cómics y veneran, por encima de todo, a Corto Maltés. De otra manera, el encuentro del pasado jueves en la Casa de Sefarad hubiera sido sencillamente imposible. A Sebastián de la Obra le fascina la figura de Hugo Pratt porque es un magnífico dibujante. Pero no únicamente. También le hipnotiza porque es veneciano (“aunque nacido equivocadamente en Rimini”, precisa). Y, cómo no, porque es de origen sefardí. Su familia procede de Turquía y su abuelo materno se instaló en la pequeña isla de Murano, ubicada a apenas un kilómetro de Venecia, donde ejerció como podólogo.

La infancia de Hugo Pratt transcurrió en el gueto de la excelsa ciudad italiana, el mismo enclave donde nació Sara Copio Sullam, habitó León Hebreo y escribió la ‘Lozana andaluza’ el autor español Francisco Delicado. De niño jugaba en la hermosísima Plaza de San Giovanni e Paolo, donde hoy aún pervive una coqueta librería, según cuenta Sebastián de la Obra, en cuyo escaparate se exhibe la producción completa de Hugo Pratt. Hijo de militar del Ejército de Mussolini, en Venecia dio sus primeros pasos como dibujante, antes de irse a África con su madre. Años después se mudaría a Buenos Aires, donde completó su formación artística y perfeccionó su pulcro castellano.

Venecia, Buenos Aires y Córdoba fue el trinomio urbano de Hugo Pratt. Así lo recordó Paco Linares Micó en el patio de la Casa de Sefarad. “Él quería morir en Venecia”, asegura el gestor cultural alicantino. “Y la tercera ciudad que enamoró a Pratt fue Córdoba. Incluso antes de conocerla. De hecho, cuando él dota a Corto Maltés de esa infancia en Córdoba, nunca ha estado allí”. A la ciudad de la Mezquita fue muchos años después, en el marco de unas jornadas sobre el cómic, organizadas por el Ayuntamiento andaluz a finales de los ochenta. De su fugaz estancia en Córdoba, queda como testigo un portfolio con unas cuantas acuarelas, que ya es pieza de coleccionistas. Y también un proyecto, nunca cumplido, de ofrecer al excepcional dibujante italiano alojamiento y manutención durante unas semanas para dar vuelo a un nuevo capítulo de Corto Maltés en la ciudad de su niñez. Siete años después, Hugo Pratt falleció.

Corto Maltés cobró vida por primera vez en el lápiz de su dibujante en 1967. La historia fundacional aparece bajo el título de ‘La balada del mar salado’, publicada en una revista francesa financiada por el Partido Comunista galo. Ahí es retratado como un pirata sanguinario y aún no alcanza rango de protagonista. “Poco a poco va ganando carisma”, explica Paco Linares Micó, “hasta que en el año 1970 se convierte en el personaje central”. Eran años de una enorme efervescencia política. Y Hugo Pratt, según Linares Micó, es un autor “completamente denostado por la izquierda”, que entonces leía con fervor a Marcuse y a los filósofos de mayo del 68. Pratt, sin embargo, adoraba a Stevenson y Conrad, y se proclamaba deudor de la literatura popular.

De hecho, Corto Maltés fue un personaje dirigido al público infantil y adolescente, aunque acaba atrapando al lector adulto. Hasta el punto de que llegó a ser  prologado nada menos que por Umberto Eco. El aventurero no era un marino cualquiera. Era un marino ilustrado. Exactamente igual que su creador. No en vano, su madre gitana vivió en Gibraltar, la misma ciudad en que Joyce y Blasco Ibáñez colocan a algunos de sus protagonistas de Ulises y Luna Benamor. “Yo estoy convencido de que Hugo Pratt era como Maimónides”, aventura Sebastián de la Obra. “Se tiraba todo el día leyendo y dibujaría por la noche. Si no, es imposible que todas esas coincidencias se pudieran producir”.

Hugo Pratt y Corto Maltés están dotados de una “curiosidad omnímoda”, abunda el fundador de la Casa de Sefarad. “Les interesa todo”. De tal modo, que cualquiera que tenga interés en conocer cómo ha evolucionado el jazz, encontrará la respuesta en Corto Maltés y las acuarelas de Hugo Pratt. Lo mismo ocurrirá si quiere desentrañar las viejas técnicas del vudú, saber cuál es la ópera más influyente en la conciencia popular europea o escuchar los cantes más antiguos de la tradición flamenca. Porque Hugo Pratt sorprendentemente conocía una mítica petenera interpretada por La Argentinita en 1931 y acompañada al piano por Federico García Lorca.

Muchos años después, en la década de los setenta, aquella petenera regresa en la voz robusta de Carmen Linares. “Es de las pocas peteneras que tienen una referencia a la memoria judía hispana”, recuerda el bibliófilo. Y, justo en ese preciso momento, invitó a Álex para que cantara la bella copla:

Hugo Pratt es un hombre culto, subraya Sebastián de la Obra. Y su inagotable curiosidad lo empuja a abrir la puerta de todas las literaturas: las populares y las elitistas. “Si ustedes cogen cualquiera de los capítulos de Corto Maltés”, implora a los asistentes, “quiero que subrayen los nombres que se van encontrando. De pronto aparece Robert Louis Stevenson, o se presenta un melancólico James Joyce por las calles de Trieste”. Las historias de Corto Maltés están plagadas de literatura. Lo corrobora también el representante de la familia Pratt en España. “Jack London es amigo de Corto Maltés. Igual que John Reed, el periodista que estuvo en la Revolución Rusa, o la pintora Tamara de Lempicka”, cita Paco Linares Micó, que se pregunta: “¿De dónde sacaba el tiempo para leer tantos libros?”. Cualquiera sabe. Lo cierto es que sus guiones desbordaban cultura, desde Rimbaud a Kipling.

“Hugo Pratt forma parte del universo borgiano”, remacha Sebastián de la Obra. Aunque hay un momento en que el dibujante veneciano reniega del fabuloso escritor argentino por no haber deslizado ninguna crítica contra la dictadura de Videla. “Eso a Hugo Pratt lo decepcionó hasta tal punto de que ya nunca más hablaría de Borges”. El creador de Corto Maltés decía que Borges contaba la mentira como si fuese verdad, justo lo contrario que él. Y aseguraba que había heredado de Stevenson la manera de dotar al relato de aventuras de “dimensión poética”.

Corto Maltés desapareció en la Guerra Civil española. Su creador lo alistó en las Brigadas Internacionales y el marino aventurero se esfumó en la bruma de la última guerra romántica del siglo XX. “Hugo Pratt decía que ya no veía a Corto Maltés después de la Guerra Civil española”, reveló Linares Micó. “Que no le encontraba sitio en una sociedad como la actual llena de tecnología”.

Y fue en ese preciso instante cuando la conversación entre Paco Linares Micó y Sebastián de la Obra llegó a un punto mágico. El bibliófilo y archivero le propuso a su colega un curioso juego. “¿Cómo te imaginas el regreso de Corto Maltés a Córdoba?”, le inquirió a bocajarro. El juego, naturalmente, tenía trampa. De la Obra lleva veinte años pensando en ese sugerente escenario. Su acompañante, apenas un minuto. “Yo me lo imagino llegando a Córdoba, atravesando un patio y oliendo a naranjos”, propone Micó.

“Yo no”, dice socarrón el creador de Casa de Sefarad. Y trenza su historia. Sebastián de la Obra lo sitúa en la Sevilla de 1927. Diciembre, para ser más preciso. El torero Ignacio Sánchez Mejías ha invitado a un grupo de amigos a su finca de Pino Montano para celebrar el 300 aniversario de la muerte de Luis de Góngora. Y en ese encuentro están Luis Cernuda, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y Federico García Lorca. Maruja Mayo, María Zambrano y Remedios Varo se irán sumando meses después al luminoso grupo literario. La conocida como Generación del 27. Allí aparece Corto Maltés. Y también la cantante “más sorprendente que ha dado este país”. La Argentinita. Es amiga íntima de Lorca y canta boleros, coplas, flamenco y canciones populares.

La Argentinita es la amante de Sánchez Mejías. Así lo cree la imaginación popular. Y viaja a Córdoba para que la pinte Julio Romero de Torres, que es amigo de Valle Inclán y Manuel Machado. Romero de Torres es uno de los grandes pintores de la época. Solo compite con otro artista soberbio: Joaquín Sorolla. Cuando el pintor valenciano gana un premio, el segundo es para Julio Romero. Cuando lo gana el pintor cordobés, el segundo es para Sorolla.

Corto Maltés acompaña a La Argentinita a Córdoba. Y, mientras Julio Romero pinta a la cantante, el marino intrépido escucha algunas de las canciones más populares que nunca se han oído en España. Son canciones de Lorca, que el tiempo y el pueblo se han ocupado en hacer suyas. El ‘Zorongo gitano’, ‘Anda Jaleo’, ‘El Café de Chinitas’ y ‘Los cuatro muleros’. “A los más modernos les gusta ‘Poeta en Nueva York’”, ironiza De la Obra. “Pero la gente normal, la que trabaja en la peluquería o en la mina, lo que canta es el ‘Romancero Gitano’”.

Corto Maltés se pasea con Julio Romero por las calles de Córdoba mientras esperan a un periodista sevillano que está afincado en Madrid. Se llama Manuel Chávez Nogales y está a punto de hacerle la última entrevista al pintor cordobés. Entonces llega Federico García Lorca y todos juntos se van a tomar un medio de vino y a escuchar flamenco al Rincón de las Beatillas, la vieja taberna del barrio de San Agustín. Poco después, Corto Maltés acompaña a Lorca a Madrid, donde se reúne con Margarita Manso, Maruja Mayo y Salvador Dalí. Y protagonizan una escena icónica en la Puerta del Sol, cuando las mujeres se quitan el sombrero como gesto de protesta. Hasta entonces, la moral dominante prohibía a las féminas despojarse del atuendo y dejar visible el cabello. Corto Maltés es testigo de la hipnótica y revolucionaria escena. Los viandantes tiran piedras a las mujeres y desprecian a los “maricones” de Lorca y Dalí.

“Ahí es dónde veo yo a Corto Maltés en su regreso a Córdoba”, asegura Sebastián de la Obra. “Pero eso”, agrega, “ya se lo dejamos a los herederos de Hugo Pratt”. La piedra ya está tirada al estanque. Ahora veremos si los nuevos creadores de Corto Maltés recogen la onda del agua.

Corto Maltés nació en La Valeta, capital de Malta, una pequeña isla del Mediterráneo central situada al norte de Libia. Hijo de un marinero británico y una gitana sevillana, transcurrió su infancia en Córdoba, perdido entre los callejones blanquísimos de la Judería, donde aprendió las primeras nociones de la Cábala y el Talmud de la mano del viejo rabino Ezra Toledano. Su excitante biografía de capitán aventurero arranca con una enigmática anécdota a las puertas de la Mezquita de Córdoba. Una gitana se acerca al joven marinero para venderle una ramita de romero, que quita lo malo y trae lo bueno. Es en ese instante cuando la mujer toma su mano para leerle el futuro. Pero, para su sorpresa, no puede. “No tienes línea de la vida”, le confiesa la gitana paralizada por el asombro. Y, en ese momento, Corto Maltés saca su navaja y dibuja con un trazo del afilado metal su propia línea del destino.

A muy pocas manzanas de aquel hecho mítico, dos de los mayores admiradores de Corto Maltés se reunieron el pasado jueves para recordar su figura en el bello patio de la Casa de Sefarad. Hay quien dice que fue aquí donde se crió este fascinante personaje del cómic contemporáneo. Pero ese dato no está suficientemente contrastado. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que Corto Maltés nació en La Valeta, y, sobre todo, en la cabeza del genial dibujante italiano Hugo Pratt, quien concibió su exótica infancia en Córdoba cuando aún no había puesto un pie todavía en la legendaria capital de Sefarad. Lo haría mucho después, a finales de los ochenta. Pero eso es harina de otro costal.

Patio de la Casa Sefarad. Sebastián de la Obra, a la izquerda y Paco Linares, a la derecha

Patio de la Casa Sefarad. Sebastián de la Obra, a la izquerda y Paco Linares, a la derecha

Sebastián de la Obra y Francisco Linares Micó son dos enamorados de Hugo Pratt y de su álter ego Corto Maltés. El primero es fundador de la Casa de Sefarad y bibliófilo empedernido. El segundo es gestor cultural y representante en España de la sociedad que administra los derechos de autor de Hugo Pratt. La suya fue una amistad producto de un encuentro intrigante, como todo lo que rodea la biografía trotamundos de Corto Maltés. Un día uno de los colaboradores de Sebastián de la Obra subió a la biblioteca de Casa de Sefarad para avisarlo. Acababa de llegar un señor de Alicante que aseguraba ser el representante de la familia de Hugo Pratt en España.

A Sebastián de la Obra se le erizó la piel. Tres años antes había organizado allí mismo un homenaje a Corto Maltés con un grupo de dibujantes. “Ya vienen a pedirme royaltíes por el copiright”, pensó espantado. “Que suba”, le dijo a su colaborador. Y Paco Linares Micó ascendió los dos tramos de escalera hasta plantarse en la puerta de la biblioteca. “Si viene a ponerme una denuncia, mal asunto”, le espetó el alma de la Casa de Sefarad claramente a la defensiva. “No. Nada de eso. Todo lo contrario”, se apresuró a aclarar el gestor cultural alicantino.

Las buenas historias casi siempre empiezan a partir de una chispa desconcertante. La de Paco Linares Micó y Sebastián de la Obra es una excelente historia. La de dos personas que aman los libros, adoran los cómics y veneran, por encima de todo, a Corto Maltés. De otra manera, el encuentro del pasado jueves en la Casa de Sefarad hubiera sido sencillamente imposible. A Sebastián de la Obra le fascina la figura de Hugo Pratt porque es un magnífico dibujante. Pero no únicamente. También le hipnotiza porque es veneciano (“aunque nacido equivocadamente en Rimini”, precisa). Y, cómo no, porque es de origen sefardí. Su familia procede de Turquía y su abuelo materno se instaló en la pequeña isla de Murano, ubicada a apenas un kilómetro de Venecia, donde ejerció como podólogo.

La infancia de Hugo Pratt transcurrió en el gueto de la excelsa ciudad italiana, el mismo enclave donde nació Sara Copio Sullam, habitó León Hebreo y escribió la ‘Lozana andaluza’ el autor español Francisco Delicado. De niño jugaba en la hermosísima Plaza de San Giovanni e Paolo, donde hoy aún pervive una coqueta librería, según cuenta Sebastián de la Obra, en cuyo escaparate se exhibe la producción completa de Hugo Pratt. Hijo de militar del Ejército de Mussolini, en Venecia dio sus primeros pasos como dibujante, antes de irse a África con su madre. Años después se mudaría a Buenos Aires, donde completó su formación artística y perfeccionó su pulcro castellano.

Venecia, Buenos Aires y Córdoba fue el trinomio urbano de Hugo Pratt. Así lo recordó Paco Linares Micó en el patio de la Casa de Sefarad. “Él quería morir en Venecia”, asegura el gestor cultural alicantino. “Y la tercera ciudad que enamoró a Pratt fue Córdoba. Incluso antes de conocerla. De hecho, cuando él dota a Corto Maltés de esa infancia en Córdoba, nunca ha estado allí”. A la ciudad de la Mezquita fue muchos años después, en el marco de unas jornadas sobre el cómic, organizadas por el Ayuntamiento andaluz a finales de los ochenta. De su fugaz estancia en Córdoba, queda como testigo un portfolio con unas cuantas acuarelas, que ya es pieza de coleccionistas. Y también un proyecto, nunca cumplido, de ofrecer al excepcional dibujante italiano alojamiento y manutención durante unas semanas para dar vuelo a un nuevo capítulo de Corto Maltés en la ciudad de su niñez. Siete años después, Hugo Pratt falleció.

Corto Maltés cobró vida por primera vez en el lápiz de su dibujante en 1967. La historia fundacional aparece bajo el título de ‘La balada del mar salado’, publicada en una revista francesa financiada por el Partido Comunista galo. Ahí es retratado como un pirata sanguinario y aún no alcanza rango de protagonista. “Poco a poco va ganando carisma”, explica Paco Linares Micó, “hasta que en el año 1970 se convierte en el personaje central”. Eran años de una enorme efervescencia política. Y Hugo Pratt, según Linares Micó, es un autor “completamente denostado por la izquierda”, que entonces leía con fervor a Marcuse y a los filósofos de mayo del 68. Pratt, sin embargo, adoraba a Stevenson y Conrad, y se proclamaba deudor de la literatura popular.

De hecho, Corto Maltés fue un personaje dirigido al público infantil y adolescente, aunque acaba atrapando al lector adulto. Hasta el punto de que llegó a ser  prologado nada menos que por Umberto Eco. El aventurero no era un marino cualquiera. Era un marino ilustrado. Exactamente igual que su creador. No en vano, su madre gitana vivió en Gibraltar, la misma ciudad en que Joyce y Blasco Ibáñez colocan a algunos de sus protagonistas de Ulises y Luna Benamor. “Yo estoy convencido de que Hugo Pratt era como Maimónides”, aventura Sebastián de la Obra. “Se tiraba todo el día leyendo y dibujaría por la noche. Si no, es imposible que todas esas coincidencias se pudieran producir”.

Hugo Pratt y Corto Maltés están dotados de una “curiosidad omnímoda”, abunda el fundador de la Casa de Sefarad. “Les interesa todo”. De tal modo, que cualquiera que tenga interés en conocer cómo ha evolucionado el jazz, encontrará la respuesta en Corto Maltés y las acuarelas de Hugo Pratt. Lo mismo ocurrirá si quiere desentrañar las viejas técnicas del vudú, saber cuál es la ópera más influyente en la conciencia popular europea o escuchar los cantes más antiguos de la tradición flamenca. Porque Hugo Pratt sorprendentemente conocía una mítica petenera interpretada por La Argentinita en 1931 y acompañada al piano por Federico García Lorca.

Muchos años después, en la década de los setenta, aquella petenera regresa en la voz robusta de Carmen Linares. “Es de las pocas peteneras que tienen una referencia a la memoria judía hispana”, recuerda el bibliófilo. Y, justo en ese preciso momento, invitó a Álex para que cantara la bella copla:

Hugo Pratt es un hombre culto, subraya Sebastián de la Obra. Y su inagotable curiosidad lo empuja a abrir la puerta de todas las literaturas: las populares y las elitistas. “Si ustedes cogen cualquiera de los capítulos de Corto Maltés”, implora a los asistentes, “quiero que subrayen los nombres que se van encontrando. De pronto aparece Robert Louis Stevenson, o se presenta un melancólico James Joyce por las calles de Trieste”. Las historias de Corto Maltés están plagadas de literatura. Lo corrobora también el representante de la familia Pratt en España. “Jack London es amigo de Corto Maltés. Igual que John Reed, el periodista que estuvo en la Revolución Rusa, o la pintora Tamara de Lempicka”, cita Paco Linares Micó, que se pregunta: “¿De dónde sacaba el tiempo para leer tantos libros?”. Cualquiera sabe. Lo cierto es que sus guiones desbordaban cultura, desde Rimbaud a Kipling.

“Hugo Pratt forma parte del universo borgiano”, remacha Sebastián de la Obra. Aunque hay un momento en que el dibujante veneciano reniega del fabuloso escritor argentino por no haber deslizado ninguna crítica contra la dictadura de Videla. “Eso a Hugo Pratt lo decepcionó hasta tal punto de que ya nunca más hablaría de Borges”. El creador de Corto Maltés decía que Borges contaba la mentira como si fuese verdad, justo lo contrario que él. Y aseguraba que había heredado de Stevenson la manera de dotar al relato de aventuras de “dimensión poética”.

Corto Maltés desapareció en la Guerra Civil española. Su creador lo alistó en las Brigadas Internacionales y el marino aventurero se esfumó en la bruma de la última guerra romántica del siglo XX. “Hugo Pratt decía que ya no veía a Corto Maltés después de la Guerra Civil española”, reveló Linares Micó. “Que no le encontraba sitio en una sociedad como la actual llena de tecnología”.

Y fue en ese preciso instante cuando la conversación entre Paco Linares Micó y Sebastián de la Obra llegó a un punto mágico. El bibliófilo y archivero le propuso a su colega un curioso juego. “¿Cómo te imaginas el regreso de Corto Maltés a Córdoba?”, le inquirió a bocajarro. El juego, naturalmente, tenía trampa. De la Obra lleva veinte años pensando en ese sugerente escenario. Su acompañante, apenas un minuto. “Yo me lo imagino llegando a Córdoba, atravesando un patio y oliendo a naranjos”, propone Micó.

“Yo no”, dice socarrón el creador de Casa de Sefarad. Y trenza su historia. Sebastián de la Obra lo sitúa en la Sevilla de 1927. Diciembre, para ser más preciso. El torero Ignacio Sánchez Mejías ha invitado a un grupo de amigos a su finca de Pino Montano para celebrar el 300 aniversario de la muerte de Luis de Góngora. Y en ese encuentro están Luis Cernuda, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y Federico García Lorca. Maruja Mayo, María Zambrano y Remedios Varo se irán sumando meses después al luminoso grupo literario. La conocida como Generación del 27. Allí aparece Corto Maltés. Y también la cantante “más sorprendente que ha dado este país”. La Argentinita. Es amiga íntima de Lorca y canta boleros, coplas, flamenco y canciones populares.

La Argentinita es la amante de Sánchez Mejías. Así lo cree la imaginación popular. Y viaja a Córdoba para que la pinte Julio Romero de Torres, que es amigo de Valle Inclán y Manuel Machado. Romero de Torres es uno de los grandes pintores de la época. Solo compite con otro artista soberbio: Joaquín Sorolla. Cuando el pintor valenciano gana un premio, el segundo es para Julio Romero. Cuando lo gana el pintor cordobés, el segundo es para Sorolla.

Corto Maltés acompaña a La Argentinita a Córdoba. Y, mientras Julio Romero pinta a la cantante, el marino intrépido escucha algunas de las canciones más populares que nunca se han oído en España. Son canciones de Lorca, que el tiempo y el pueblo se han ocupado en hacer suyas. El ‘Zorongo gitano’, ‘Anda Jaleo’, ‘El Café de Chinitas’ y ‘Los cuatro muleros’. “A los más modernos les gusta ‘Poeta en Nueva York’”, ironiza De la Obra. “Pero la gente normal, la que trabaja en la peluquería o en la mina, lo que canta es el ‘Romancero Gitano’”.

Corto Maltés se pasea con Julio Romero por las calles de Córdoba mientras esperan a un periodista sevillano que está afincado en Madrid. Se llama Manuel Chávez Nogales y está a punto de hacerle la última entrevista al pintor cordobés. Entonces llega Federico García Lorca y todos juntos se van a tomar un medio de vino y a escuchar flamenco al Rincón de las Beatillas, la vieja taberna del barrio de San Agustín. Poco después, Corto Maltés acompaña a Lorca a Madrid, donde se reúne con Margarita Manso, Maruja Mayo y Salvador Dalí. Y protagonizan una escena icónica en la Puerta del Sol, cuando las mujeres se quitan el sombrero como gesto de protesta. Hasta entonces, la moral dominante prohibía a las féminas despojarse del atuendo y dejar visible el cabello. Corto Maltés es testigo de la hipnótica y revolucionaria escena. Los viandantes tiran piedras a las mujeres y desprecian a los “maricones” de Lorca y Dalí.

“Ahí es dónde veo yo a Corto Maltés en su regreso a Córdoba”, asegura Sebastián de la Obra. “Pero eso”, agrega, “ya se lo dejamos a los herederos de Hugo Pratt”. La piedra ya está tirada al estanque. Ahora veremos si los nuevos creadores de Corto Maltés recogen la onda del agua.