Ocho velas contra el olvido
El historiador Sebastián de la Obra y la profesora Alicia Ramos recuerdan en Casa de Sefarad la figura de Primo Levi y Liana Millu en la conmemoración del Día del Holocausto
Las leyes raciales promulgadas por Hitler y Mussolini amputaron el espacio vital de los judíos. Entre otras muchas restricciones, les prohibieron tener radio, conducir vehículos y hasta comprar flores. Seguramente porque adquirir y regalar flores es una actividad netamente humana. También les impidieron ejercer la docencia. Y a Primo Levi, un joven judío sefardí que acababa de licenciarse en Química por la Universidad de Turín, se le cerraron de pronto todas las puertas profesionales. Quizás por eso se echó en brazos de la resistencia antifascista y se alistó en la Brigada Garibaldi.
Pronto pagó su inexperiencia. El 13 de diciembre de 1943 fue detenido por las milicias mussolinianas. Para enmascarar su pertenencia a los partisanos, se declaró judío en el instante de ser apresado. Fue internado en el campo de Fossoli y en febrero de 1944 fue deportado a Auschwitz junto a 650 judíos. El tren de la muerte atravesó media Europa. Se detuvo en la estación de Viena, mientras los altavoces soltaban soflamas en alemán contra los “animales” que estaban a punto de salir de los vagones. Cuando se abrieron las compuertas, los judíos se esparcieron por los andenes para evacuar sus necesidades más básicas ante la mirada gélida de los viajeros. Llevaban seis días encerrados como “bestias”. Solo veinte de los 650 judíos de aquel tren regresaron vivos a Italia.
Liana Millu. Primo Levi.
Primo Levi (Turín, 1919) ha sido uno de los dos protagonistas del tributo que cada año Casa de Sefarad ofrece a los ocho millones de seres humanos aniquilados en el Holocausto nazi. El 27 de enero se conmemora la liberación de Auschwitz por las tropas soviéticas y Sebastián de la Obra, director del museo, acude puntualmente desde 2006 a una cita obligada para combatir el olvido. “Esta casa, cuando conmemora el Holocausto, lo que hace es rechazar el horror. Sea de quien sea. Venga de donde venga. Porque no hay otra forma de conmemorar el Holocausto que entender el dolor ajeno”, proclamó ante un abarrotado patio de la Casa de Sefarad.
La segunda protagonista es Liana Millu. También judía sefardí. También italiana. Y también deportada a los campos de exterminio por las milicias fascistas de Mussolini. Su impacto social ha sido significativamente inferior al de Primo Levi. Pero su testimonio del Holocausto es, al igual que el del químico turinés, imprescindible para comprender la naturaleza de la barbarie. Millu nació en Pisa cinco años antes que Primo Levi. Su madre murió cuando tenía dos años y su padre tuvo que dejarla con los abuelos maternos cuando fue destinado a trabajar en el ferrocarril a 500 kilómetros de la casa familiar.
Su abuela le inculcó dos ideas. La primera es que estudie Magisterio y se forme como maestra. La segunda, que aprenda francés. Su abuelo se sentaba con ella a leer la prensa cada día. Ambos contribuyeron decisivamente a forjar el carácter de la joven escritora y periodista que está a punto de tomar vuelo. Con 17 años se incorporó como becaria a un periódico de Pisa, mientras culminaba sus estudios universitarios. Las leyes raciales de Mussolini liquidaron su incipiente trayectoria como maestra y también como periodista. Fue expulsada de la docencia y del rotativo de manera fulminante. Y se vio obligada a escribir bajo el seudónimo de Naila.
Emigró a Génova y sobrevivió gracias a los escasos empleos que el Gobierno racista de Mussolini les permitía desempeñar a los judíos: costurera, enfermera, taquígrafa, camarera y profesora particular. En casa de judíos, naturalmente. Y cuando Alemania invadió Italia, Liana Millu decide engrosar las filas de la resistencia. “Exactamente igual que Primo Levi”, subraya Alicia Ramos, filóloga y especialista en el Holocausto, que este año comparte con el director de Casa de Sefarad el acto de homenaje a las víctimas del nazismo.
En marzo de 1944, Liana Millu cae en una operación contra la resistencia ejecutada en Venecia. La periodista judía es internada en el campo de tránsito de Fossoli y un mes después fue entregada al Ejército nazi para su reclusión en Auschwitz. “Cuando llegaban al campo de exterminio, lo primero que se producía era un proceso de selección”, explica Ramos. Cientos eran enviados directamente a las cámaras de gas. Muchos trenes esperaban durante días en las vías antes de ser abiertos. “Entonces Auschwitz era un horror. La masificación es terrible”, asegura la investigadora granadina.
Liana Millu es seleccionada para ser gaseada. Pero un golpe de suerte la salva del exterminio. Una compañera boloñesa la llama desde la fila de mujeres que habían sido reservadas para trabajar. Auschwitz era entonces un enorme conglomerado mortífero. Estaba dividido en tres grandes áreas. En Auschwitz 1 se encontraba instalada la sede administrativa. Auschwitz 2 albergaba las fábricas para la mano de obra esclava. También se conocía bajo el nombre de Monowitz. Y Auschwitz 3-Birkenau era el verdadero campo de exterminio.
“Las mujeres convivían con el olor, las partículas y el humo que desprendían las chimeneas del campo de las mujeres. Cada día veían asomar a sus madres, sus hijas, sus abuelas, sus primas y sus nietas por aquellas siniestras chimeneas”, relata Alicia Ramos en medio de un espeso silencio en Casa de Sefarad. A los seis meses, Liana Millu es transferida al campo de concentración femenino de Ravensbrück. Otro golpe de suerte cambia su destino. Es ingresada en un hospital con sarna y cuando se recupera la internan en un centro de trabajo.
El 30 de abril de 1945, el campo donde está recluida es liberado por los aliados. Pero su salud es extremadamente precaria y regresa al hospital. Allí encuentra casualmente un pequeño cuaderno, un trocito de lápiz y un espejo. La escritura le vuelve a salvar la vida. El espejo la restituye al género humano. Aquellas letras solo verán la luz muchos años después en forma de diario. Fue un libro póstumo publicado después de su muerte, en 2005. De las miles de italianas deportadas a Alemania, solo regresaron 408 mujeres, el 14% del total.
Liana Millu y Primo Levi son los dos patriarcas de la literatura del Holocausto. Su testimonio es fundamental para comprender el colapso moral del siglo XX. El químico turinés regresó a Italia tras la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 1945. Se encierra en una habitación ruinosa y reúne las decenas de servilletas usadas, trozos de tela, tickets de tren y cajetillas de tabaco donde había dejado escrita la memoria fragmentaria de aquellos días infernales. En 1947, coge en sus manos el manuscrito y enfila en dirección a la editorial de Giulio Einaudi y Leone Ginzburg, la más prestigiosa de la Italia de posguerra. Natalia Ginzburg, la viuda de Leone, es quien entonces dirigía la firma de libros.
Primo Levi le entrega el manuscrito. Natalia Ginzburg le promete que en una semana el consejo editorial leerá el texto y tomará una decisión sobre él. Siete días después, Primo Levi regresa a la editorial. Ambos se sientan en un despacho. Y Natalia Ginzburg le dice: “El libro es magnífico. Pero hemos rechazado publicarlo”. Se trata de una aparente y paradójica contradicción. Si es un libro excelente, ¿por qué diablos no lo publican? Muchos años después, la gran editora italiana intenta explicar las razones de lo que no tiene explicación. “Es mucho más fácil explicar la estupidez que un razonamiento lógico”, admitió en las postrimerías de su vida, según palabras de Sebastián de la Obra. Natalia Ginzburg creía entonces que el conmovedor libro de Primo Levi podía abrir un “agujero negro en la conciencia europea”. Y prefirió no editarlo.
Si esto es un hombre acabó publicándose. Primo Levi volvió a coger el manuscrito en sus manos y lo llevó a una pequeña editorial que apenas pudo imprimir 2.500 ejemplares, la mayor parte de los cuales desaparecieron en una inesperada inundación que se produce en la empresa. Diez años después, en 1957, Natalia Ginzburg rectifica su decisión y convierte el estremecedor testimonio de Primo Levi en el alegato más impactante del Holocausto.
Regresar del infierno es una experiencia devastadora. Nadie vuelve ya a ser el mismo. Tampoco lo fue Liana Millu. Cuando regresa a su Pisa natal comprueba que ha perdido a su familia. Y que su novio se ha casado con otra persona. La escritora y periodista ha tocado fondo. E intenta quitarse la vida. “Liana Millu consigue, poco a poco, volver a la realidad y en 1947 publica su primera obra. El humo de Birkenau, editado por un sello milanés y prologado por Primo Levi, pasa absolutamente desapercibido. En los años cuarenta y cincuenta Europa aún vivía conmocionada por el desastre humanitario de la II Guerra Mundial y se encontraba narcotizada por el dolor. “Quería pasar página”, asegura Alicia Ramos.
Muchos supervivientes no podían hablar. Estaban absolutamente enmudecidos. Y no será hasta la década de los sesenta cuando la figura del testimonio empiece a cobrar valor y su voz remonte el vuelo. Fue el mediático juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén, uno de los principales organizadores del Holocausto, lo que transformó radicalmente la percepción social del genocidio. Era 1961. El fiscal del proceso, en lugar de poner el foco en el criminal de guerra nazi, dio voz a los cientos de testigos que comparecieron para revelar ante todo el mundo la crueldad inhumana que sufrieron en los campos de exterminio.
La mirada sobre el Holocausto sufrió un cambio cualitativo. Y a partir de entonces, según la profesora granadina, los historiadores comenzaron a incluir en sus investigaciones el testimonio escalofriante y revelador de miles de supervivientes. Se toma conciencia de que el Holocausto no es solamente historia. Es también memoria. En los setenta se reedita el libro de Liana Millu al francés, el inglés, el alemán, el noruego o el neerlandés. España todavía tiene que esperar algunas décadas. Y no es hasta 2005 cuando la editorial Acantilado decide publicarlo en castellano.
Sebastián de la Obra imploró al casi centenar de asistentes que leyeran la obra de Primo Levi. También la de Liana Millu. Y lo rogó no una vez. Sino media docena de veces. En Si esto es un hombre, dijo, no hay melodrama. Ni romanticismo. Tampoco extremismo. “Es un texto escrito por un científico con la cabeza que tienen los científicos”, argumentó con elocuente sencillez. “Es la obra de un científico cuyo único objetivo es ser testigo y trasladar lo que está viviendo”. Así de simple. Así de aterrador.
Por eso, una de las preguntas más frecuentes que le hacían en sus conferencias era por qué no había en su libro un solo gesto de odio hacia los alemanes. Y Primo Levi contestaba con una frialdad cartesiana: “No tenía tiempo”. Solo sentía la obligación de recoger en trozos de papel y servilletas usadas la experiencia despiadada que estaban viviendo. “También es cierto que dejó escrito que nunca los perdonó”, remarca Sebastián de la Obra. Aunque eso no aparece en Si esto es un hombre.
Primo Levi tuvo la fortaleza inhumana (y necesaria) de contar lo inenarrable. Y se sobrepuso a las dos rémoras que paralizaron a los supervivientes durante años. La primera era la convicción generalizada de que nadie los creería. Tal era la magnitud del horror. Y la segunda era la vergüenza de haber sobrevivido. De haber dejado en aquellos barracones infames el cuerpo esquelético y apagado de sus padres, de sus hijos, de sus hermanos, de sus amigos.
Sebastián de la Obra y Alicia Ramos dejaron de hablar al borde de las nueve de la noche del 27 de enero pasado. En el hermoso pórtico del patio de Casa de Sefarad, justo a su espalda, había una bandeja con ocho velas gruesas. El director del museo se levantó, cogió una caja de cerillas y se acercó a los pequeños cirios amarillentos. Encendió una cerilla, prendió una vela e invitó a los asistentes a recordar simbólicamente a los ocho millones de víctimas del Holocausto. Las ocho velas contra el olvido.
Las leyes raciales promulgadas por Hitler y Mussolini amputaron el espacio vital de los judíos. Entre otras muchas restricciones, les prohibieron tener radio, conducir vehículos y hasta comprar flores. Seguramente porque adquirir y regalar flores es una actividad netamente humana. También les impidieron ejercer la docencia. Y a Primo Levi, un joven judío sefardí que acababa de licenciarse en Química por la Universidad de Turín, se le cerraron de pronto todas las puertas profesionales. Quizás por eso se echó en brazos de la resistencia antifascista y se alistó en la Brigada Garibaldi.
Pronto pagó su inexperiencia. El 13 de diciembre de 1943 fue detenido por las milicias mussolinianas. Para enmascarar su pertenencia a los partisanos, se declaró judío en el instante de ser apresado. Fue internado en el campo de Fossoli y en febrero de 1944 fue deportado a Auschwitz junto a 650 judíos. El tren de la muerte atravesó media Europa. Se detuvo en la estación de Viena, mientras los altavoces soltaban soflamas en alemán contra los “animales” que estaban a punto de salir de los vagones. Cuando se abrieron las compuertas, los judíos se esparcieron por los andenes para evacuar sus necesidades más básicas ante la mirada gélida de los viajeros. Llevaban seis días encerrados como “bestias”. Solo veinte de los 650 judíos de aquel tren regresaron vivos a Italia.
Liana Millu. Primo Levi.
Primo Levi (Turín, 1919) ha sido uno de los dos protagonistas del tributo que cada año Casa de Sefarad ofrece a los ocho millones de seres humanos aniquilados en el Holocausto nazi. El 27 de enero se conmemora la liberación de Auschwitz por las tropas soviéticas y Sebastián de la Obra, director del museo, acude puntualmente desde 2006 a una cita obligada para combatir el olvido. “Esta casa, cuando conmemora el Holocausto, lo que hace es rechazar el horror. Sea de quien sea. Venga de donde venga. Porque no hay otra forma de conmemorar el Holocausto que entender el dolor ajeno”, proclamó ante un abarrotado patio de la Casa de Sefarad.
La segunda protagonista es Liana Millu. También judía sefardí. También italiana. Y también deportada a los campos de exterminio por las milicias fascistas de Mussolini. Su impacto social ha sido significativamente inferior al de Primo Levi. Pero su testimonio del Holocausto es, al igual que el del químico turinés, imprescindible para comprender la naturaleza de la barbarie. Millu nació en Pisa cinco años antes que Primo Levi. Su madre murió cuando tenía dos años y su padre tuvo que dejarla con los abuelos maternos cuando fue destinado a trabajar en el ferrocarril a 500 kilómetros de la casa familiar.
Su abuela le inculcó dos ideas. La primera es que estudie Magisterio y se forme como maestra. La segunda, que aprenda francés. Su abuelo se sentaba con ella a leer la prensa cada día. Ambos contribuyeron decisivamente a forjar el carácter de la joven escritora y periodista que está a punto de tomar vuelo. Con 17 años se incorporó como becaria a un periódico de Pisa, mientras culminaba sus estudios universitarios. Las leyes raciales de Mussolini liquidaron su incipiente trayectoria como maestra y también como periodista. Fue expulsada de la docencia y del rotativo de manera fulminante. Y se vio obligada a escribir bajo el seudónimo de Naila.
Emigró a Génova y sobrevivió gracias a los escasos empleos que el Gobierno racista de Mussolini les permitía desempeñar a los judíos: costurera, enfermera, taquígrafa, camarera y profesora particular. En casa de judíos, naturalmente. Y cuando Alemania invadió Italia, Liana Millu decide engrosar las filas de la resistencia. “Exactamente igual que Primo Levi”, subraya Alicia Ramos, filóloga y especialista en el Holocausto, que este año comparte con el director de Casa de Sefarad el acto de homenaje a las víctimas del nazismo.
En marzo de 1944, Liana Millu cae en una operación contra la resistencia ejecutada en Venecia. La periodista judía es internada en el campo de tránsito de Fossoli y un mes después fue entregada al Ejército nazi para su reclusión en Auschwitz. “Cuando llegaban al campo de exterminio, lo primero que se producía era un proceso de selección”, explica Ramos. Cientos eran enviados directamente a las cámaras de gas. Muchos trenes esperaban durante días en las vías antes de ser abiertos. “Entonces Auschwitz era un horror. La masificación es terrible”, asegura la investigadora granadina.
Liana Millu es seleccionada para ser gaseada. Pero un golpe de suerte la salva del exterminio. Una compañera boloñesa la llama desde la fila de mujeres que habían sido reservadas para trabajar. Auschwitz era entonces un enorme conglomerado mortífero. Estaba dividido en tres grandes áreas. En Auschwitz 1 se encontraba instalada la sede administrativa. Auschwitz 2 albergaba las fábricas para la mano de obra esclava. También se conocía bajo el nombre de Monowitz. Y Auschwitz 3-Birkenau era el verdadero campo de exterminio.
“Las mujeres convivían con el olor, las partículas y el humo que desprendían las chimeneas del campo de las mujeres. Cada día veían asomar a sus madres, sus hijas, sus abuelas, sus primas y sus nietas por aquellas siniestras chimeneas”, relata Alicia Ramos en medio de un espeso silencio en Casa de Sefarad. A los seis meses, Liana Millu es transferida al campo de concentración femenino de Ravensbrück. Otro golpe de suerte cambia su destino. Es ingresada en un hospital con sarna y cuando se recupera la internan en un centro de trabajo.
El 30 de abril de 1945, el campo donde está recluida es liberado por los aliados. Pero su salud es extremadamente precaria y regresa al hospital. Allí encuentra casualmente un pequeño cuaderno, un trocito de lápiz y un espejo. La escritura le vuelve a salvar la vida. El espejo la restituye al género humano. Aquellas letras solo verán la luz muchos años después en forma de diario. Fue un libro póstumo publicado después de su muerte, en 2005. De las miles de italianas deportadas a Alemania, solo regresaron 408 mujeres, el 14% del total.
Liana Millu y Primo Levi son los dos patriarcas de la literatura del Holocausto. Su testimonio es fundamental para comprender el colapso moral del siglo XX. El químico turinés regresó a Italia tras la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 1945. Se encierra en una habitación ruinosa y reúne las decenas de servilletas usadas, trozos de tela, tickets de tren y cajetillas de tabaco donde había dejado escrita la memoria fragmentaria de aquellos días infernales. En 1947, coge en sus manos el manuscrito y enfila en dirección a la editorial de Giulio Einaudi y Leone Ginzburg, la más prestigiosa de la Italia de posguerra. Natalia Ginzburg, la viuda de Leone, es quien entonces dirigía la firma de libros.
Primo Levi le entrega el manuscrito. Natalia Ginzburg le promete que en una semana el consejo editorial leerá el texto y tomará una decisión sobre él. Siete días después, Primo Levi regresa a la editorial. Ambos se sientan en un despacho. Y Natalia Ginzburg le dice: “El libro es magnífico. Pero hemos rechazado publicarlo”. Se trata de una aparente y paradójica contradicción. Si es un libro excelente, ¿por qué diablos no lo publican? Muchos años después, la gran editora italiana intenta explicar las razones de lo que no tiene explicación. “Es mucho más fácil explicar la estupidez que un razonamiento lógico”, admitió en las postrimerías de su vida, según palabras de Sebastián de la Obra. Natalia Ginzburg creía entonces que el conmovedor libro de Primo Levi podía abrir un “agujero negro en la conciencia europea”. Y prefirió no editarlo.
Si esto es un hombre acabó publicándose. Primo Levi volvió a coger el manuscrito en sus manos y lo llevó a una pequeña editorial que apenas pudo imprimir 2.500 ejemplares, la mayor parte de los cuales desaparecieron en una inesperada inundación que se produce en la empresa. Diez años después, en 1957, Natalia Ginzburg rectifica su decisión y convierte el estremecedor testimonio de Primo Levi en el alegato más impactante del Holocausto.
Regresar del infierno es una experiencia devastadora. Nadie vuelve ya a ser el mismo. Tampoco lo fue Liana Millu. Cuando regresa a su Pisa natal comprueba que ha perdido a su familia. Y que su novio se ha casado con otra persona. La escritora y periodista ha tocado fondo. E intenta quitarse la vida. “Liana Millu consigue, poco a poco, volver a la realidad y en 1947 publica su primera obra. El humo de Birkenau, editado por un sello milanés y prologado por Primo Levi, pasa absolutamente desapercibido. En los años cuarenta y cincuenta Europa aún vivía conmocionada por el desastre humanitario de la II Guerra Mundial y se encontraba narcotizada por el dolor. “Quería pasar página”, asegura Alicia Ramos.
Muchos supervivientes no podían hablar. Estaban absolutamente enmudecidos. Y no será hasta la década de los sesenta cuando la figura del testimonio empiece a cobrar valor y su voz remonte el vuelo. Fue el mediático juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén, uno de los principales organizadores del Holocausto, lo que transformó radicalmente la percepción social del genocidio. Era 1961. El fiscal del proceso, en lugar de poner el foco en el criminal de guerra nazi, dio voz a los cientos de testigos que comparecieron para revelar ante todo el mundo la crueldad inhumana que sufrieron en los campos de exterminio.
La mirada sobre el Holocausto sufrió un cambio cualitativo. Y a partir de entonces, según la profesora granadina, los historiadores comenzaron a incluir en sus investigaciones el testimonio escalofriante y revelador de miles de supervivientes. Se toma conciencia de que el Holocausto no es solamente historia. Es también memoria. En los setenta se reedita el libro de Liana Millu al francés, el inglés, el alemán, el noruego o el neerlandés. España todavía tiene que esperar algunas décadas. Y no es hasta 2005 cuando la editorial Acantilado decide publicarlo en castellano.
Sebastián de la Obra imploró al casi centenar de asistentes que leyeran la obra de Primo Levi. También la de Liana Millu. Y lo rogó no una vez. Sino media docena de veces. En Si esto es un hombre, dijo, no hay melodrama. Ni romanticismo. Tampoco extremismo. “Es un texto escrito por un científico con la cabeza que tienen los científicos”, argumentó con elocuente sencillez. “Es la obra de un científico cuyo único objetivo es ser testigo y trasladar lo que está viviendo”. Así de simple. Así de aterrador.
Por eso, una de las preguntas más frecuentes que le hacían en sus conferencias era por qué no había en su libro un solo gesto de odio hacia los alemanes. Y Primo Levi contestaba con una frialdad cartesiana: “No tenía tiempo”. Solo sentía la obligación de recoger en trozos de papel y servilletas usadas la experiencia despiadada que estaban viviendo. “También es cierto que dejó escrito que nunca los perdonó”, remarca Sebastián de la Obra. Aunque eso no aparece en Si esto es un hombre.
Primo Levi tuvo la fortaleza inhumana (y necesaria) de contar lo inenarrable. Y se sobrepuso a las dos rémoras que paralizaron a los supervivientes durante años. La primera era la convicción generalizada de que nadie los creería. Tal era la magnitud del horror. Y la segunda era la vergüenza de haber sobrevivido. De haber dejado en aquellos barracones infames el cuerpo esquelético y apagado de sus padres, de sus hijos, de sus hermanos, de sus amigos.
Sebastián de la Obra y Alicia Ramos dejaron de hablar al borde de las nueve de la noche del 27 de enero pasado. En el hermoso pórtico del patio de Casa de Sefarad, justo a su espalda, había una bandeja con ocho velas gruesas. El director del museo se levantó, cogió una caja de cerillas y se acercó a los pequeños cirios amarillentos. Encendió una cerilla, prendió una vela e invitó a los asistentes a recordar simbólicamente a los ocho millones de víctimas del Holocausto. Las ocho velas contra el olvido.